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lunes, 6 de febrero de 2017

LA SEÑORA YAMEZ Guadalupe "Pita" Amor

LA SEÑORA YAMEZ
Guadalupe “Pita” Amor

Imagen de Internet


Desde su robusta altivez cubierta de seda negra sostenía con arrogancia una moral inalterable.

     Jefa de una de las más prestigiosas sociedades caritativas de la ciudad, se sentía con la obligación intermitente de dar buenos consejos.

     Había logrado convencer a sus hijos desde temprana edad, y sin tener tiempo de meditarlo mucho, para que ingresaran en diferentes órdenes religiosas.


     Sentía su dolorosa viudez compensada con el prestigio espiritual de tener un hijo capuchino. Otro jesuita y a su niña de novicia en una orden silenciosa.


     Habitaba aun la casa matrimonial, el único vestigio de sus años de esplendor y de abundancia.


     Vivía acompañada de un inapreciable portero y de una sirvienta que ejecutaba sus mandatos con ácida sumisión.


     Sus solas ocupaciones eran las concernientes a la obra pía que encabezaba y la destilación constante de consejos ejemplares.

     Por lo demás, quisiéralo o no, y a falta de recursos para actividades costosas, tenía que convivir con su sirvienta.


     Frecuentemente la acosaba con frases paradójicas: “Francisca no esté barriendo la escalera, tengo jaqueca y no me deja descansar”. Y después de unos instantes: “Francisca ¿por qué no terminó de barrer la escalera como se lo ordené?”


     La sirvienta tomaba de nuevo la escoba: “Francisca, no vaya a salir ahora por el pan; estoy esperando un recado de la Acción Católica”.


     Y a los pocos minutos: “¿Por qué no ha ido por el pan? ¿No ve que van a cerrar la panadería y esta tarde tengo visitas?”

     Al poco tiempo gritaba: “¡Francisca, Francisca! ¿Dónde está usted? Le he dicho que no se mueva de aquí”.


     Cuando llegaban sus invitadas a tomar el té, con la más falsa de las sonrisas daba órdenes a la criada aparentando tratarla con una armoniosa mezcla de conmiseración y distinguido alejamiento.


     Cuando quedaban solas volvía a sus titubeantes mandatos: “¿Por qué no lavó esta mañana mis guantes? ¿No ve que son los únicos blancos que tengo?”


     Y a la mañana siguiente: “Francisca, ¿dónde están mis guantes blancos? Voy a salir y los necesito. No me diga que los ha lavado. ¡Ande, dese prisa y démelos aunque estén mojados!”


     Caminaba unos cuantos pasos indecisos y: “Francisca, ¿dónde está usted? Venga a abrocharme el corsé. ¿Por qué se tarda tanto? ¡Pero por Dios! ¿Cómo cree usted que voy a salir con estos guantes húmedos? ¡Ande, ande, dese prisa! ¡Cuidado! No me aprieta tanto la faja”.


     Y así se encadenaban los días entre eslabones de insistencia de la señora Yamez.


     Pero por la noche, en su alcoba de espejos marchitos, su soledad le provocaba alarmantes sudores. Entonces, con timidez convulsiva despertaba a Francisca para que la acompañase. La hacía sentarse cerca de ella, y del mismo modo que sus carnes se aflojaban sin recelo cuando se quitaba el corsé, se derrumbaban su orgullo y su despotismo.


     -Francisca, estoy muy nerviosa. Límpieme el cuello que me suda tanto. Francisca mía, no sé cómo ha tenido usted corazón en separarse de mí.


     ¡Ay, por favor! Fróteme la rodilla del reuma. Yo la quiero a usted como a una hermana. ¡Tantos años viuda! Mis hijos… y el dinero que se necesita… y luego Francisca, las intrigas de la Acción Católica… Pero la tengo a usted. ¿Verdad que nunca me abandonará?


     La paciencia de Francisca lograba dormirla.


     A la mañana siguiente, después de unas cuantas horas de reposo, renacía en ella su cotidiano temperamento.


     “¡Francisca, Francisca! ¿No le he dicho que no barra a estas horas? No, no vaya a responderme mal. No olvide que no somos iguales. ¡Cuidado! Yo soy la señora Yamez.


[Galería de títeres]













GUADALUPE AMOR SCHMIDTLEIN. Ciudad de México, 30 de mayo de 1920- 8 de mayo del 2000)
Estudió en colegios católicos de la ciudad de México y de Monterrey. Su inquietud artística la llevó, antes que, a la literatura, al cine y al teatro. Precedieron a su persona, en cualquier actividad el elogio y la censura. Nunca pasó inadvertida.

     Escritora agónica y metafísica, tiene en su haber diez volúmenes de poesía y dos de prosa, su novela Yo soy mi casa (1957) y Galería de títeres (1959), colección de relatos escritos con sangre, llanto, soledad y miseria, sarcasmo y ternura. En ellos quizá por primera vez en nuestra narrativa, una mujer se enfrenta, sin concesiones, a su natural acabamiento, pero no por natural menos doloroso, en un mundo regido por el hombre. Sus personajes están vistos con una veracidad tal que los engrandece, no obstantes estar sacados de una realidad áspera, amarga; son dramas en los que Guadalupe Amor recrea los aspectos más desolados de la existencia humana.


Cuento tomado del libro. CUENTISTAS MEXICANAS Siglo XX. Antología, introducción y notas de AURORA M. OCAMPO. Edit. UNAM México, D, F. 1976.



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