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jueves, 24 de noviembre de 2016

LA IMAGEN EN EL ESPEJO Antonio Fco. Rguez. A.

LA IMAGEN EN EL ESPEJO
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado



Anoche, en mí recámara del hotel, me puse a escribir en la mesa del tocador. Por ratos en lo que buscaba inspiración para seguir escribiendo alzaba la vista y miraba mi rostro en el espejo, o más bien él me miraba a mí. Hubo un momento en que sentí que mi imagen quería decirme algo, yo me quedé callado, apretando los labios, esperando que así lo hiciera. Sólo mantuvo sus ojos mirándome fijamente, con una seriedad tal que pareciera que me estaba analizando. Baje la vista para seguir con mi narración, y no dejé de sentirme observado por ese par de ojos que parecían muy ajenos a mí.


     Pasados unos minutos más, seguía sintiendo el acoso de esa mirada. Como si mi imagen se hubiera plasmado en el espejo y que el brillo del mismo escapara a través de sus ojos. No aguanté más, me levanté del asiento y me alejé lo más que pude del espejo. No podía creerlo, la imagen seguía ahí, el rostro inmóvil, pero los ojos se movían sin perderme de vista.


     Un ruido me sobresaltó, eran toquidos a la puerta del cuarto, acudí a abrirla y una amable señorita me entregó una nota telefónica. De momento no quise leerla, y la dejé a un lado del tocador. Volteé a ver el espejo y la imagen había desaparecido. Le achaqué todo al cansancio por haber manejado más de 4 horas, al oscurecer, de ese mismo día. Además, me sentía culpable porque mi padre quería que estuviera más tiempo con él, y por primera vez en la vida lo había desobedecido.


     Volvía sentarme para continuar la narración, y con cierto temor volteé a ver mi imagen, la cual se reflejaba con toda normalidad. Al rato de estar escribiendo, nuevamente sentí esa mirada opresiva, la cual me obligó a levantar la vista para verla. Era otra vez mi mirada, pero esta vez sentí que algo en ella había cambiado, ya no era una mirada adusta, sino una mirada con dolor. La luz de la lámpara empezó a parpadear, y en cada parpadeo, miraba mi rostro y al siguiente el rostro moribundo de mi padre. Fue de tal magnitud el impacto que me provocó, que se me erizó la piel, sudé profusamente,  sentí que el cerebro me estallaba, y estuve a punto del desmayo. No podía reponerme, sentí que el aire me faltaba, las lágrimas acudieron en caudales a mis ojos y rictus de dolor deformaban mi rostro.


     Quedé con la mirada perdida, en eso, distingo entre lágrimas la nota que me habían dado. Desdoblé el papel y leí:


-Francisco, papá falleció al momento que partiste.
Lo siento mucho.
Te quiero…
Tu hermana María.



Boca del Río, Ver. 22.11.16



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